Eso es lo que sentí al ver a Nicolás Sarkozy en la televisión durante la toma de posesión de presidente de la República (esto también me da envidia) de Francia ayer.
El ex ministro de interior parecía que estaba en el día de su boda, pero como si fuera el novio y la novia al mismo tiempo. Y parecía tener un conflicto interno: por un lado estaba ansioso y por otro quería disfrutar de cada segundo. Sobre todo, estaba seguro de que quería lo que le pasaba.
Una de las cualidades más importantes que debe tener un buen candidato (además de una imagen clara) es la de haberse autoelegido. No sirve de nada alguien bien preparado si no está seguro de que ha sido elegido para dirigir un Estado. Y esa ha sido la base del éxito de Sarkozy, lo pudimos ver en el debate, al lo largo de la campaña, y en el acto protocolario de ayer.
Ahora tendrá que demostrar si su conservadurismo no tapará su arte, pero hasta el momento ha sido un político de los que quedan pocos (cada vez menos).
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