La política guipuzcoana del Partido Popular, María San Gil, anunció ayer que dejaba temporalmente la política a causa de un carcinoma.
De todos es sabido que, más allá de sus ideas políticas (tan respetables como cualquiera), sus formas, su “violencia” verbal y la participación en la campaña de deslegitimación del proceso de paz en que está metido su partido, no son en absoluto de mi agrado.
Pero en momentos como este es cuando uno recuerda que María no es más que una persona con un trabajo (público) que, ahora mismo, tiene una baja por enfermedad y a la que deseamos la mejor de las suertes y le transmitimos todo el ánimo que necesite. Porque, sin duda, con su ausencia y la posible salida a la arena de Urquijo y Basagoiti, la política vasca, pierde contundencia.
Por otro lado, cuando se murió la hermana de Leticia Ortiz, hablé de cómo una desgracia bien medida siempre ayuda al personaje (en esto de la imagen los americanos nos llevan años de adelanto). Y en el caso de San Gil, lo que le ha pasado servirá para reforzar su fachada de dura y latiguera y, al mismo tiempo, dulcificar a una política que en demasiadas ocasiones no sabía hacer cálida su sonrisa.
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