Nunca he sido un ayatolá contra los programas del corazón, ni contra las revistas en papel couché, ni contra los freaks de segunda división ni las estrellas de las grandes ligas del espectáculo.
De hecho, el mal tiempo me ha obligado a ver la tele estas vacaciones más de lo que me hubiera gustado, y hasta me parecen interesante los dimes y diretes, las peleas entre cadenas o entre programas dentro de los mismos canales, o que se vendan intimidades a precio de minuto de tele sólo por seguir haciendo share. Pero hay cosas que no entiendo.
No entiendo que los productores paguen a gente que va a contar mentiras sabiendo que lo son.
No entiendo que los programas hagan pantomimas de entradas imprevistas que sí aparecen en el guión.
No entiendo que programas de debate y/o entrevistas, aunque la temática sea ridícula, entren en teatrillos con máquinas de la verdad o pruebas de embarazo.
Tal vez es que soy demasiado inocente, cándido incluso, al creer que alguien, en algún momento, dará un giro de timón y diga que se acabó.
Que, pase lo que pase, sólo pagará a los invitados que cuenten verdades, aunque sea con quién se han acostado.
Que no convertirá en famosos a gente que quiere serlo a precio de difamar al primero que pase por delante.
Que dignificará la profesión periodística, porque no importan los contenidos (porque de todo debe de haber en la viña del señor), pero sí las formas.
Que no se tratará a los espectadores como si fueran estúpidos capaces de creerse cualquier cosa que se emita.
Que la única basura más sucia que la basura se emitirá a partir de las 2:00 de la noche, y no a horas en las que no es necesario un esfuerzo para ver lo peor de la televisión... y el género humano (avaricia, codicia, mentira, engaño...).
Así que encantado de la existencia de programas como Sé lo que hicisteis..., que cuentan las cosas como se comentarían entre amigos (espíritu con el que se fundó Coolpable un año antes), y te ahorran ver lo peor de la televisión.
martes, 1 de abril de 2008
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