En un fin de semana que de cualquier modo hubiera sido informativamente importante, con la detención de los condenados por las causas del 18/98, y el nombramiento de Iñigo Urkullu como nuevo presidente del PNV, ETA ha tenido que ensombrecerlo todo con otra trágica noticia.
El asesinato de un Guardia Civil y el grave estado en el que han dejado a su compañero sólo merece la más firme condena y la mayor repulsa.
Todo lo que no sea eso, no debe valer.
Si es cierto que quien disparó a la pareja de agentes eran los mismos que habían atentado en Durango y lo habían intentado en Getxo, no extraña que, finalmente se acabaran liando a tiros. La mayor desgracia es el resultado, del que sólo hemos visto la primera parte.
Al que detengan y acusen de lo sucedido, lo reclamará Francia para, seguramente, condenarlo a cadena perpetua.
Ante estos hechos, la injusticia que se está cometiendo (y este es un juicio personal deducido de la observación de lo ocurrido) contra la izquierda abertzale, o las ganas de Urkullu de dinamizar el conflicto con el objetivo de resolverlo, quedan en un segundo plano.
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