Mi compañera de hipoteca me ha regalado el libro de Manel Fontdevila que reúne muchas de las aventuras de La Parejita de El Jueves. Yo no sé si querrá decirme algo y yo, una vez más, no me he enterado.
No obstante, el libro me ha servido para recordar el valor que tienen estos artículos de costumbres que hemos disfrutado a finales del siglo XX, y sobreviven en el XXI, pese a la amenaza de las nuevas tecnologías (y otras más viejas como el secuestro judicial).
Manel se muestra como un dibujante tan observador como creativo a la hora de hacer divertido lo habitual. Un “espeleólogo de almas”, que decía Delibes, que ni Mariano José de Larra, oigan.
De todos modos, además de sacarme alguna carcajada, el libro me ha servido para darme cuenta de que me he hecho un poco más mayor. Que, en ocasiones, me da por recordar aquellos tiempos en los que los que formamos mi parejita quedábamos un viernes por la noche, tomábamos un par de cañas y hablábamos, enseñando lo que éramos (o su mejor versión) y esperando que al otro le guste.
Pero no lo echo de menos. Ya sé que me gusta la que comparte sofá conmigo. Ya sé que tengo que seguir gustándola (sino, qué marrón con los del banco). Ya sé que seguimos “empezando”. Ya...
Y también que no me cambio, y que en el fondo (en la superficie y en la forma), me hace mucha ilusión verme reflejado en el personaje de Mauricio (además de por mi nariz igualmente prominente), y que me hace gracia saber que el personaje de Emilia parece que piensa como parece que piensa la que eligió el escurreplatos de mi casa (en un 50%).
En las pequeñas cosas, en “el vasito de agua fresca” que decía Paco León, es donde mejor se esconden las grandes. Y es que un libro de historietas me ha servido para recordar que tengo suerte. Mucha suerte.
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