miércoles, 28 de noviembre de 2007

La ciudad sin fin


No quisiera mear fuera del tiesto, pero esto de los disturbios en las afueras de París me empieza a oler a chamusquina.

Dos años después de los primeros coches quemados en revueltas callejeras, con un Sarkozy que aún no era ese Presidente que seguimos admirando algunos, la violencia regresa al entorno de la ciudad más visitada del mundo.

¿Qué reclaman estos hijos de inmigrantes? Nadie lo sabe exactamente. ¿Venganza por la muerte de dos jóvenes la pasada semana en un encuentro con la policía? Los padres de los fallecidos piden calma y serenidad mientras los amigos (y seguro que los más absolutos desconocidos) de ellos, quieren sangre y gasolina.

Está claro que hay un conflicto pero, ¿dónde queda su comunicación? Esos que queman coches no han explorado ninguno de los canales, ni alternativos ni oficiales, para dar a conocer sus quejas o reivindicaciones.

Permítanme que no me crea nada. Y que piense que, si no nos hemos enterado es porque, realmente, no las hay.

De todos modos, me niego a pensar que se trata sólo de la oportunidad de unos macarritas (franceses en todos los casos) de ver cómo arden las cosas y de dar cuatro hostias a la policía.

Pero es la pinta que tiene.

(les dejo con otra fotografía de mi viaje inesperado a París. Se trata de un edificio del centro, lejos de la zona de disturbios, en el que la curiosidad reside en el patriotismo del que tiene colgadas las camisas en su ventana. Hay que tener en cuenta de que la selección francesa acababa de clasificarse para la final del Mundial de Alemania, en 2006)

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