El pasado jueves, víspera del día de la Hispanidad, me quedé atónito viendo el Teleberri (el Telediario de la ETB, para que nos entendamos todos) del mediodía. Más exactamente, durante la sorprendente pieza que informaba de la jornada de acercamiento de la Guardia Civil a unos niños (en genérico, no en masculino) navarros.
Vamos a ver. Unos minutos antes se hablaba de que el Gobierno navarro, sospechoso de muchas cosas pero no de progresista, afirmaba que en el territorio foral no se practicaba el aborto (la única comunidad española) porque se respeta escrupulosamente el derecho a la conciencia de los médicos.
En otras palabras: que en el resto de las comunidades son todos unos bárbaros.
Pero no Miguel Sanz y sus consejeros, los mismos que permiten (me espeluzno sólo de pensar que tengo que escribirlo) que niños jueguen con armas de verdad (fusiles, armas, metralletas... eso sí, descargadas), se vistan con petos de antidisturbios (porra incluida), sepan cómo funciona un fusil lanzador de botes de humos, un robot antiexplosivos...
¡Claro que los niños estaban encantados! Pero eso no es excusa, eso es la inconsciencia de los tiernos infantes. Somos los adultos (bueno, yo aún “postadolescente”) los que tenemos que cuidar de mantener alejados a nuestros hijos-nietos-sobrinos-primos (insisto, en genérico, no en masculino) de herramientas que quitan la vida o, cuanto menos, sirven para dar unas buenas hostias.
Todo gentileza de la benemérita (en este caso, rotundamente no), Guardia Civil española.
¿No hay suficientes instancias orgánicas y judiciales que puedan actuar de oficio ante semejante irresponsabilidad?
Ahí estamos, señor Sanz, dando lecciones de ética, de lucha contra el terrorismo arrinconando ideas legítimas y, sobre todo, de una doble moral típica de... (me refiero a una institución religiosa ultraconservadora, ya me entendéis todos).
También podía haber utilizado el mismo título para hablar de los incidentes del viernes en Donostia.
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