Pues sí, he necesitado unos días para asimilar que lo que Hugo Chávez dijo es verdad. No que Aznar se parece a Hitler (que allá cada cual y el parecido que les saque), sino que haya sido capaz de verbalizarlo (eso y más).
Y aún hay una cosa que agrava más lo sucedido: el contexto. Porque no se tratan de unas declaraciones en un foro reducido, no, sino de un discurso en los preparativos del uno de mayo, fecha de máxima importancia en Cuba y en todo el entorno ideológico del socialismo, comunismo, y cualquier otro ismo del rojerío.
Vamos, que sabía lo que decía y el eco que iban a tener aquellas declaraciones execrables.
Porque la violencia condenable no es sólo la que salpica sangre o gasolina de un cajero quemado. También hay violencia verbal y hay que luchar contra ella con la misma fuerza. José María Aznar puede gustar o no, pero diez millones de personas depositaron su confianza en él y, por mucho que teoricemos, no todas lo hicieron engañadas por una maquinaria propagandística perfectamente engrasada.
Además y por suerte, la principal víctima de lo sucedido es el propio Chávez, al que a partir de ahora le va a costar que le tomemos en serio.
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