Me cuentan que Antonio Aguirre, el miembro del Foro Ermua que fue agredido el pasado lunes a la puerta de los juzgados, justo en el momento en el que el lehendakari entraba a declarar, no pasaba por ahí casualmente.
Vaya por delante que, más allá de lo que voy a contar, considero muy mal dada esa patada en los huevos. Que cualquier muestra de violencia, incluso verbal, me parece execrable y ha de ser desterrada. ¿No queremos ser civilizados?
A lo que vamos: al parecer, los miembros del Foro Ermua ya se encontraban dentro de los juzgados cuando Juan José Ibarretxe se disponía a entrar, pues habían “acompañado” hasta la puerta de la sala a Arnaldo Otegi. Lo que sucedió después es digno de los chuscos Manolo y Benito: estos nobles ciudadanos salieron por la puerta de atrás del edificio, lo bordearon y e intentaron volver a entrar justo cuando la masa que apoyaba al lehendakari rodeaba la puerta.
Hay que decir que se trataba de gente muy peligrosa: jubilados. Y todo el mundo sabe que hay pensiones tan bajas que generan muy mala uva.
El resto es de todos sabido. Yo creo que Aguirre ha interpuesto la denuncia, entre otros motivos, por la vergüenza que debió pasar al verse en la tele con ambas manos sujetando lo que quedaba de sus gónadas, la cara roja, gritando y caído en el suelo bilbaíno.
Poniéndonos serios: la patada no es una anécdota, es un hecho despreciable. Y el que la ha dado no merece mejor trato que el de un energúmeno descerebrado. Pero manda huevos (los que fueron aplastados a puntapiés, mismamente), querer volver a entrar a los juzgados justo en ese momento y cantando “¡fascistas, fascistas!”.
Igual es que se habían dejado el paraguas dentro y todos somos unos malpensados.
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