Bilbao podría convertirse en la capital europea de la concentración si no fuera por el PP en Madrid: el sábado llamó a salir a la calle Milakabilaka (“Buscando a miles”), y el domingo, los familiares y amigos de los miembros de Segi, una organización juvenil que agita la bandera de la independencia y el socialismo, condenados por el Tribunal Supremo.
Los primeros, pretendían comprobar cuánta gente está a favor de la resolución del conflicto (¿qué conflicto?) por medio del diálogo y del derecho a decidir de la ciudadanía. Un discurso muy claro en un sentido muy concreto.
El multitudinario resultado confirma dos cosas: por un lado, que un nacionalismo vasco de izquierdas moderado y alejado de la violencia sería temible en unas elecciones. Y por el otro, que la falta de iniciativas de concentración social hace que las dirigidas aglutinen a miles de personas deseosas de una resolución pacífica y dialogada. El problema es que en Euskadi hay dos conflictos: el de la violencia y el político, y estos agentes de conciliación como Milakabilaka manejan muy bien la ambigüedad.
Al día siguiente, otro sector del independentismo, el perseguido judicialmente, pretendió demostrar que aún tienen capacidad de decidir los cuándos, los cómos y los porqués. Y para ello, después de una manifestación de fuerza y apoyo entregó a 18 miembros de Segi que habían estado desaparecidos.
Ideológicamente, que cada cual ponga su adjetivo, pero quien sepa apreciar la estrategia, tiene que reconocer que la jugada del fin de semana de la izquierda abertzale ha sido magnífica.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario