En EE.UU. están de primarias. Y lo más sabroso para este blog (con permiso de Edwards y Richardson) es que se están enfrentando dos modos de hacer campaña muy diferentes: el de Clinton y el de Obama.
Por un lado está la señora del ex Presidente, que ha basado su campaña en que no tenía necesidad de ella. Se ha dedicado a insistir en el conocimiento técnico de la política que posee, olvidándose del resto de cosas porque, simplemente, no le iban a hacer falta.
Y Barack Obama, por su parte, no se ha esforzado en exhibir su manejo de la política nacional o internacional, y ha basado su campaña en la ilusión, en la posibilidad de que algo realmente nuevo pase por la Casa Blanca: una nueva familia, un nuevo color...
Y va ganando.
Hillary se ha confiado, creyendo que tenía al electorado en su bolsillo antes de salir al campo. Y no estaba equivocada: según los sondeos, la gran mayoría de los afiliados al partido demócrata le han dado su voto en las diferentes primarias.
Pero los no alineados se han decantado por Obama. Hay que recordar que en algunos Estados pueden votar los independientes tan sólo con declararse Demócratas en el momento de meter el sobre en la urna.
Y es que no hay que convencer al convencido, sino al indeciso, y gratificar al primero. Pero sobre todo, hacerse con esa marea de votos que está en medio de los dos grandes puertos y que, dependiendo de mil factores, pueden decantarse por un bando u otro.
Tampoco podemos olvidar que quien gane las primarias en el partido Demócrata tendrá que enfrentarse a su homólogo en el Republicano, que no va a ser Presidente de un modo directo.
No obstante, parece que la corriente que se está generando en esta lucha previa va a ser suficiente para llevar a Barack (mi voto, me mojo) o a Hillary hasta el famosísimo despacho oval.
Anda que no tendría morbo ver a la Clinton tras la mesa en la que su marido le fue infiel...
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