Los que me conocen en persona saben que yo, con Mariano Rajoy, comparto algo que no son las ideas, sino ese no-sutil defecto de dicción. Por eso creo que estoy legitimado para decir lo siguiente.
Si yo trabajara en un gabinete y tendría que empezar a valorar quién va a sustituir a la cabeza visible del partido, para empezar, nunca me presentaría; y para seguir, sometería a los candidatos a una prueba que yo mismo no soy capaz de superar: tomar un par de whiskies a buen ritmo y decir en voz alta (aunque no tenga mucho sentido): “Sinceramente, dos cedés regrabables”, y después de media hora sin beber ninguna otra cosa, volver a decirlo.
Con esto no quiero decir que alguien que tenga un pequeño defecto queda completamente inhabilitado para la política, ¡ni mucho menos! Pero sí que ser candidato es, sobre todo, imagen. Sin ir más lejos, Ségolène Royal ha recibido más simpatías por ser mujer, y el centrista François Bayrou (foto) se ha beneficiado de su imagen para batir (afortunadamente) a un viejo Jean-Marie Le Pen.
¿O no?
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