martes, 20 de marzo de 2007

Emilio Calatayud


Finalmente y tras el anuncio de que el lehendakari tendrá que declarar el próximo lunes, la organización de las jornadas a las que estaba asistiendo junto a los redactores habituales en juzgados de los medios más importantes de Bilbao (por allí andaba gente de El Mundo, El Correo, la SER, Radio Euskadi, ETB o Tele 5), decidieron optar por la decisión más difícil y concentrar las dos últimas jornadas en la de ayer.


Así, entre la marea de nombres importantes (Fernando Ruiz Piñeiro, Presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco; Alfonso González-Guija, Decano de los jueces de Bilbao; Rosa Mariscal de Gante, letrada del Consejo General del Poder Judicial, etc.), en vez de intentar un resumen imposible, prefiero comentar la mejor intervención: la del Magistrado del juzgado de menores número uno de Granada, Emilio Calatayud.


Este juez es conocido por sus sentencias ejemplares (trabajo con tetrapléjicos para un conductor borracho o monitor de clases de informática para un hacker, entre otras), y lo que más sorprendió ayer es que, en vez de exponer sus éxitos como pastor de ovejas descarriadas, habló con una coherencia y sinceridad brutales de la ley del menor.


Lo más importante: distinguir entre un menor que delinque y un menor delincuente. Lo más técnico: que la presente ley es fruto de la modificación de una de 2000. Lo más impactante: que la ley del menor es más dura que la del mayor de edad. El mayor peligro: la instalación de bandas juveniles en España. El dato más llamativo: que, según sus propias palabras, en España sólo cumplen 20 años de pena “los desgraciados”; y el mayor problema es que hay muchos desgraciados. Lo más necesario: la creación de equipos de trabajo para la libertad vigilada porque, según el propio Emilio, no hay que olvidar que todo el mundo que sale de la cárcel necesita ayuda, y un menor también.


Él mismo lo dijo: “Cuando se habla de menores hay que llamar al pan, pan y al vino, vino”, y oyendo a jueces como este hombre con pinta de mafioso en una película de Scorsese, uno mantiene su confianza en la justicia.

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